En México nos empieza a rondar una de las más frustrantes desgracias y penosamente entre todos aquellos jóvenes profesionistas que sufren una de las decepciones más atroces, pues no es posible que después de estar tres años de kínder, seis de primaria, tres de secundaria, tres de preparatoria o bachillerato, cinco de universidad, dos de maestría o a veces, dos títulos de licenciatura y un montón de cursos y varios diplomados así como alguna especialidad, todo eso reunido en papeles evidenciables de que para algo sirve, se acercan a una empresa o institución de gobierno donde se les dice que “no hay vacantes”, el solicitante con ese currículum da la vuelta y se regresa decepcionado y frustrado de tanto esfuerzo y gasto para voltear a mirar a cuánto inútil que están sentados en importantes puestos con jugosos o insultantes sueldos pero que, muchos de esos, ni siquiera carecen de un título o estudios, pero eso sí, son familiares, amigos y parientes de determinado político, mismos que se sirven con la cuchara del dinero del mismo pueblo, al que lo desprecian, vejan y humillan. Esas acciones son las que verdaderamente denigran al funcionario dado a la verborrea que aluden en público, se convierten en desagradables miserias humanas. Se calcula que en México, existen más de 15 millones de mexicanos con profesión que carecen de empleo y otros que jamás han tenido un empleo inherente a su perfil, pues en algunas instituciones oficiales de salud, es tanto el compadrazgo que existen veterinarios dando consultas en los hospitales, licenciados en derecho haciendo funciones de agrónomos. Hay pues un desperfilamiento profesional que provoca ineptitud plena. Pero el tema que nos ocupa es lo preocupante de que millones de mexicanos con un titipuchal de estudios no se les abren las puertas, no se les da la oportunidad de demostrar que sí pueden y que son opciones de trabajo. Es necesario que el gobierno implemente verdaderos programas de inserción al mundo laboral, que la participación del sector privados, el gobierno y los mismos desempleados sea amena, reformar las leyes para que el servicio social que prestamos todos los profesionistas, sea ya en la vida práctica, tanto en instituciones de gobierno como en la iniciativa privada y bajo una remuneración simbólica; deberá ya obligarse en las universidades que sus estudios no sean solamente teorías burdas sino prácticas efectivas en el campo de su perfil, pues en muchas ocasiones en la universidad se nos dice una cosa y en la vida práctica es todo lo contrario, pareciera que los programas de estudios de las universidades y la vida práctica estuvieran o posiblemente están divorciados.